El Clima Antes de la Elección: Lo que Decían las Encuestas

Quienes seguimos la política mexicana, recordaremos bien el ambiente previo a las elecciones de 2024. Se sentía una tensión en el aire, una polarización que se alimentaba día a día con un bombardeo de números. Las encuestas presidenciales se convirtieron en la brújula de casi todos: analistas, periodistas y, por supuesto, de la gente. Meses antes del 2 de junio, la mayoría de los estudios de opinión pintaban un panorama que parecía ya decidido. Las principales casas encuestadoras del país, esas cuyos nombres escuchamos siempre, como Consulta Mitofsky o Parametría, y las que publican periódicos como Reforma o El Financiero, mostraban una ventaja muy amplia, a veces de más de 20 puntos, para Claudia Sheinbaum, la candidata del oficialismo. [2] Esta narrativa de una contienda casi resuelta se instaló en la conversación pública.

Las metodologías que usan son variadas. Algunas hacen entrevistas cara a cara en las casas, que en el gremio consideramos lo más confiable, aunque también lo más caro y lento. Otras optan por llamadas telefónicas o cuestionarios en internet, que son más rápidos pero tienen sus propios desafíos para representar a todo el país, con sus brechas digitales y sociales. [11] Lo curioso es que, a pesar de sus diferencias, casi todas coincidían en el mismo resultado, lo que reforzaba esa sensación de certeza. La candidata del gobierno en turno parecía tener una victoria asegurada.

La desconfianza en los sondeos no es algo nuevo en México. Ya en 2012 tuvimos una controversia fuerte por errores en los pronósticos, lo que llevó a que las propias empresas intentaran poner orden y ser más transparentes. [5] Sin embargo, para 2024, la diferencia que reportaban era tan grande y consistente que las dudas parecían haberse disipado. Muchos argumentaban que la popularidad del presidente López Obrador y el alcance de sus programas sociales del gobierno creaban una base de apoyo muy sólida para su sucesora, y que las encuestas simplemente estaban reflejando esa realidad. Así, los estudios de opinión no solo medían, sino que también influían. Las campañas los usaban para proyectar una imagen de fortaleza y atraer a los indecisos, mientras que la oposición las acusaba de ser propaganda para desanimar a sus votantes. [10]

En ese contexto, la gran pregunta no era quién iba a ganar, sino por cuánto. El debate se centró en si el partido en el poder lograría la mayoría en el Congreso para pasar su paquete de reformas, el famoso 'Plan C'. Las mediciones para diputados y senadores también daban una victoria cómoda al oficialismo, pero pocas se acercaron a la magnitud del triunfo que finalmente vimos. La maquinaria del gobierno, con su comunicación diaria, jugaba un papel clave enmarcando la conversación. Se veía, por ejemplo, una clara relación entre ser beneficiario de un programa social y la intención de voto por el partido gobernante, lo que parecía confirmar la eficacia de esta estrategia política. [20] La historia que nos contaron cientos de sondeos era la de una elección de trámite, una percepción que hizo que el despertar del 3 de junio fuera un golpe de realidad para muchos.

Fue una verdadera avalancha de encuestas. El Instituto Nacional Electoral (INE) registró más de 800 entre septiembre y abril. [3] Pero cantidad no es sinónimo de calidad. Junto a las empresas serias, aparecieron otras con métodos poco claros, que parecían más herramientas de propaganda que de análisis. Como ciudadanos, estábamos inundados de datos, a menudo contradictorios, lo que hacía muy difícil saber a qué atenerse. Este bombardeo constante reforzó esa idea de que la elección era un mero trámite. Las encuestas presidenciales 2024 dominaron la conversación y establecieron unas expectativas que la realidad de las urnas haría pedazos.

Ciudadanos mexicanos formados en una casilla para votar durante las elecciones de 2024, simbolizando la participación democrática que desafió a las encuestas.

El Día de la Votación: Cuando los Números no Cuadraron

El 2 de junio de 2024, muchos nos despertamos pensando que la jornada electoral sería un simple trámite, un día para confirmar lo que las encuestas presidenciales 2024 llevaban meses diciendo. Pero el margen de la victoria de Claudia Sheinbaum fue lo que sacudió al mundo de la opinión pública en México. Los resultados oficiales del INE mostraron una ventaja de más de 30 puntos, una cifra que pulverizó casi todos los pronósticos. [7, 8] De las encuestas finales más relevantes, casi la mitad fallaron por diez puntos o más. [3] Este error masivo no solo puso en duda a una empresa en particular, sino que desató una profunda crisis de credibilidad en toda la industria.

El contraste fue brutal. Mientras muchos sondeos ponían a la candidata de oposición, Xóchitl Gálvez, a unos 15 o 20 puntos de distancia, los resultados finales la dejaron con un 27.45% frente al 59.75% de Sheinbaum. [20] Una diferencia de más de 32 puntos que casi nadie vio venir. El error promedio de las mediciones fue de más de 5 puntos, uno de los más altos en la historia reciente de México. [7] La pregunta era inevitable: ¿cómo pudieron equivocarse tanto? Las explicaciones apuntan a una mezcla de factores. Una de las teorías más fuertes es la del 'voto oculto'. Esto sugiere que muchas personas, quizás de clase media o alta que simpatizaban con el gobierno, no dijeron su verdadera intención por temor a ser criticados en sus círculos. Al mismo tiempo, pudo haber otro 'voto oculto' en sectores populares, gente que por desconfianza no contesta encuestas pero que sí salió a votar masivamente.

Otro factor clave es el propio diseño de las encuestas. Algunas, como las de Massive Caller, fallaron de manera estrepitosa al dar por ganadora a la oposición, mostrando un sesgo enorme en su método. [3] Pero incluso las más serias subestimaron la victoria. Esto me dice, desde mi experiencia en el sector público, que hay un problema más profundo. Probablemente se subestimó la participación en zonas rurales y populares, donde el apoyo al proyecto del gobierno es muy fuerte, y se sobrestimó en las ciudades, más críticas. Además, la capacidad de movilización del partido en el poder el día de la elección es algo que una encuesta tradicional difícilmente puede medir. La lealtad que generan los programas sociales federales, que llegan a millones de familias, se tradujo en un voto mucho más sólido de lo que se pensaba. [20]

La crisis golpeó fuerte a las casas encuestadoras. Sus directivos tuvieron que salir a dar la cara y reconocer el tamaño del error. [7] La discusión dejó de ser técnica para volverse un debate sobre el papel de estas herramientas en nuestra democracia. ¿Son para informar o para influir? [14] Cobró fuerza la sospecha de que muchas mediciones se usaron como propaganda para desanimar al voto opositor. [10] Si la gente cree que todo está decidido, es menos probable que salga a votar. Este fenómeno, conocido como la 'espiral del silencio', pudo haber agrandado la brecha entre los pronósticos y la realidad. La narrativa de la victoria inevitable, repetida sin cesar, pudo haberse convertido en una especie de profecía autocumplida.

Las consecuencias de este fallo van más allá de la reputación de las empresas. Afectan a todo el sistema. La oposición diseñó sus estrategias con base en datos equivocados. Los medios de comunicación perdieron credibilidad al difundir pronósticos fallidos. Y lo más importante, nos afecta a los ciudadanos, que nos vemos privados de una herramienta útil para entender la política. El análisis posterior mostró que Sheinbaum ganó apoyo en casi todos los grupos de la población, algo que los estudios no lograron captar en su totalidad. [6] El reto ahora es enorme: reconstruir la confianza y encontrar nuevas formas de medir el pulso de un país tan complejo como el nuestro, donde la gente no siempre dice lo que piensa. La encuesta presidencial 2024 será recordada como una llamada de atención para una industria que necesita reinventarse de raíz.

Lecciones para el Futuro: Reconstruyendo la Confianza en México

Las consecuencias del fallo de las encuestas presidenciales 2024 van más allá del debate técnico. Nos obligan a reflexionar sobre la relación entre el gobierno, los ciudadanos y las herramientas que usamos para medir la opinión pública. La lección más importante es que la credibilidad, una vez que se pierde, es muy difícil de recuperar. Para el nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum, que llegó con un respaldo electoral mucho más grande del que nadie pronosticó, esto es tanto un reto como una oportunidad. El reto es gobernar sabiendo que los termómetros tradicionales para medir el sentir ciudadano pueden fallar. La oportunidad es usar esa legitimidad contundente para impulsar su agenda, el llamado 'Plan C', que busca reformar instituciones clave como el poder judicial.

La industria de las encuestas está en una encrucijada. Intentar autorregulares, como pasó en 2012, no fue suficiente. [5] Ahora se discute si se necesita una regulación más estricta por parte de autoridades como el INE, que exija más transparencia sobre cómo se hacen los estudios. El riesgo, claro, es que esa regulación se use con fines políticos. En mi opinión, el futuro está en la innovación. Las empresas tendrán que ir más allá de la pregunta de '¿por quién va a votar?'. Necesitarán combinar sus métodos con análisis de redes sociales, estudios cualitativos y modelos estadísticos más complejos que tomen en cuenta factores como el 'voto oculto' o la deseabilidad social. La era de la encuesta presidencial como la conocimos, quizás, ha terminado.

Desde el Congreso, los diputados y senadores también tienen que hacer su propia reflexión. Para la mayoría oficialista, el mensaje de las urnas es un cheque en blanco para avanzar con su proyecto. Para la oposición, el golpe fue doble: no solo perdieron por mucho, sino que sus estrategias se basaron en una lectura totalmente equivocada de la realidad social, una lectura que les dieron los sondeos. Esto los obliga a reconstruirse desde adentro, a salir a la calle y entender qué quiere y siente un electorado al que claramente no supieron escuchar. El debate en el Congreso en los próximos años estará marcado por esta nueva realidad de poder, una que las mediciones no supieron ver.

Para nosotros, los ciudadanos, la lección es que debemos ser más escépticos y críticos. No podemos creer a ciegas en una encuesta, sin importar qué tan famosa sea la empresa que la publica. [9] Es clave aprender a leer la letra pequeña: quién pagó por el estudio, cómo se hizo, cuál es su margen de error. [29] Los medios de comunicación también tienen una gran responsabilidad. Deben dejar de presentar las encuestas como si fueran una bola de cristal y explicarlas como lo que son: una foto de un momento, sujeta a errores. [29] La salud de nuestra democracia depende de que estemos bien informados, no de que actuemos con base en pronósticos que pueden ser espectacularmente incorrectos. El legado de la elección de 2024 debe ser un llamado al rigor para quienes hacen las encuestas y a una mayor cultura cívica para quienes las leemos.

En resumen, el proceso electoral de 2024 fue un catalizador para una crisis necesaria. Esa brecha entre los números y la realidad nos mostró una desconexión que debemos atender. El nuevo gobierno, los partidos, los legisladores, las encuestadoras y la ciudadanía tenemos que aprender de esto. Reconstruir la confianza será un camino largo que exigirá transparencia, innovación y humildad. Si no lo hacemos, las encuestas corren el riesgo de volverse irrelevantes, dejando un vacío peligroso en nuestra forma de entender la compleja y vibrante opinión pública mexicana. Para saber más sobre la estructura y funciones del poder ejecutivo, puedes consultar el portal oficial del Gobierno de México.