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Radiografía de las encuestas: ¿Quién medía y cómo?

El proceso electoral de 2024 fue un parteaguas en la historia de México, y en el centro del debate público, casi a diario, estaban las encuestas. Recuerdo que la conversación en cafés, oficinas y redes sociales giraba en torno a la misma pregunta: ¿cómo van los candidatos hoy? Estos estudios se convirtieron en el termómetro social de una elección que definiría el futuro del país. Para comprender de verdad su papel, tenemos que hacer una autopsia honesta de ese panorama: quiénes eran los actores, qué métodos usaban y, sobre todo, qué historia nos estaban contando.

El primer paso es saber quiénes son los que publican estos números. Firmas con años de trayectoria como Consulta Mitofsky o Parametría, y las que publican grandes periódicos como Reforma o El Financiero, se volvieron referencias obligadas. Cada una tenía su 'receta'. Algunas hacían encuestas cara a cara en las casas, que muchos consideramos las más confiables. Otras usaban llamadas telefónicas, enfrentando el reto de que cada vez menos gente contesta. Y estaban las digitales, muy rápidas pero con la duda de si representaban a todo el país o solo a un sector. La transparencia se volvió clave; el Instituto Nacional Electoral (INE) exigía saber quién pagaba cada estudio, un esfuerzo por poner orden en la mesa.

Al principio, la narrativa que pintaban los sondeos parecía muy clara: la candidata de la coalición gobernante, Claudia Sheinbaum, mantenía una ventaja sólida y constante sobre su principal rival, Xóchitl Gálvez. No era raro ver encuestas que le daban más de 20 puntos de diferencia. Jorge Álvarez Máynez, de Movimiento Ciudadano, arrancó muy abajo, pero su campaña fue tomando vuelo poco a poco. Este escenario no solo informaba, sino que influía. Existe un fenómeno que llamamos el 'efecto ganador', donde algunos votantes indecisos se inclinan por quien parece que va a ganar. La oposición, naturalmente, denunciaba esto, argumentando que las encuestas se usaban como propaganda para desanimar a sus simpatizantes. Como experto en administración pública, sé que la percepción es una herramienta política muy poderosa.

El gobierno en funciones, liderado por Andrés Manuel López Obrador, era un factor imposible de ignorar. Su alta popularidad actuaba como un fuerte viento a favor para su candidata. De hecho, muchas veces leíamos las encuestas electorales junto a las de aprobación presidencial; iban de la mano. La estrategia era clara: la candidata oficialista prometía continuar el proyecto de la 'Cuarta Transformación', mientras la oposición intentaba enfocar el debate en problemas como la seguridad o la salud. Cada nueva encuesta era una batalla de interpretación para los equipos de campaña.

Un tema que siempre genera debate es la 'cocina' de las encuestas. Es el proceso donde los encuestadores ajustan sus datos crudos para que la muestra se parezca más a la población real y estiman qué harán los que no responden. Aunque es una práctica estadística necesaria, a menudo parece una 'caja negra' que genera desconfianza. ¿Los resultados que veíamos eran un reflejo fiel o una construcción? La duda sobre un posible 'voto oculto' a favor de la oposición fue la gran esperanza para la campaña de Gálvez. Se preguntaban si la gente, por temor o cautela, no revelaba su verdadera preferencia. Esa incógnita nos acompañó hasta el final.

La contienda en tiempo real: Fluctuaciones y puntos de quiebre

La campaña fue una carrera de 90 días donde cada debate, cada declaración, era examinada bajo la lupa de las encuestas. Seguir la evolución de los sondeos día a día fue como ver una serie con sus giros y momentos de tensión. La relación entre los candidatos, la administración saliente y el pulso ciudadano fue un drama que se desarrolló en varios actos.

Desde el arranque, se confirmó la ventaja de la candidata oficialista. Sin embargo, la campaña de Xóchitl Gálvez no se quedó de brazos cruzados. Su estrategia fue denunciar que existía un 'empate técnico' que las encuestas 'manipuladas' no mostraban. Este discurso de 'no les crean' se volvió una constante para mantener viva la esperanza de la remontada y movilizar a su gente.

Los debates presidenciales fueron momentos cruciales. Después de cada uno, veíamos una avalancha de 'encuestas post-debate', casi siempre contradictorias. Unas daban por ganadora a una candidata, otras a su rival. Esto solo aumentaba la polarización. Como ciudadano, era fácil confundirse. Lo cierto es que estas mediciones rápidas son menos confiables, pero su impacto en los medios y en las redes era inmediato y muy potente.

Un fenómeno notable fue el ascenso de Jorge Álvarez Máynez. Empezó con un apoyo mínimo, pero su campaña, muy enfocada en jóvenes y en redes como TikTok, logró conectar y sus números subieron constantemente. Pasó de ser un actor secundario a superar el 10% en la mayoría de las mediciones. Ya no se trataba solo de quién ganaría, sino de a quién le estaba restando votos el candidato de Movimiento Ciudadano. Fue una de las subtramas más interesantes de la elección.

La disparidad entre encuestadoras era enorme. Un día podías ver una encuesta que daba 30 puntos de diferencia y otra que la reducía a 15. ¿Cómo era posible? La respuesta está en la 'cocina' de cada casa encuestadora y en cómo calculan quiénes son los 'votantes probables'. Filtrar a los que de verdad irán a votar es más un arte que una ciencia, y ahí radican muchas de las diferencias.

En la recta final, la teoría del 'voto oculto' estaba en su apogeo. La oposición insistía en que una 'mayoría silenciosa' les daría la vuelta a los pronósticos. Recordaban casos de elecciones pasadas donde las encuestas se equivocaron. Del otro lado, el oficialismo desestimaba esta idea, argumentando que la consistencia de decenas de sondeos a lo largo de meses no podía ser una simple casualidad. La tensión no era sobre quién iba en primer lugar, sino sobre cuál sería el margen real de la victoria.

El veredicto de las urnas: El día después y las lecciones aprendidas

El 2 de junio, las urnas hablaron. Y su veredicto fue un balde de agua fría para muchos y la confirmación para otros. Fue la prueba de fuego para las encuestadoras. Al comparar sus últimos pronósticos con los resultados oficiales, la conclusión es agridulce.

Los resultados oficiales dieron una victoria arrolladora a Claudia Sheinbaum con casi el 60% de los votos, una diferencia de más de 30 puntos sobre Xóchitl Gálvez. Aquí la paradoja: casi todas las encuestas serias acertaron en quién ganaría y en el orden de los candidatos. No se equivocaron en lo fundamental. Sin embargo, la gran mayoría se quedó corta al estimar la magnitud de la victoria. Irónicamente, las encuestas que fueron más criticadas por 'inflar' la ventaja de la candidata oficialista, resultaron ser las más cercanas a la realidad.

Esto derrumbó por completo la teoría de un 'voto oculto' a favor de la oposición. Pasó lo contrario: si hubo un 'voto tímido', fue para la candidata del partido en el poder. La narrativa de una elección que se cerraba se hizo polvo ante la contundencia de los números. Esto obligó a una autocrítica profunda, no solo en los partidos de oposición, sino en las propias encuestadoras y los medios que le dieron eco a esa idea.

Para el nuevo gobierno, una victoria de este tamaño otorga una legitimidad enorme y un mandato muy claro para avanzar con su agenda. La conformación del Congreso, donde la coalición gobernante también logró una mayoría aplastante, es consecuencia directa de esa votación. Esto, que las encuestas no vieron venir en toda su dimensión, le da a la nueva administración una capacidad enorme para impulsar reformas y apoyos del gobierno. El portal oficial del Gobierno de México se vuelve ahora la fuente clave para seguir los pasos de la transición.

Para la industria de las encuestas, esto es un llamado de atención. No es la primera vez que subestiman al voto oficialista. Esto nos dice que sus métodos actuales tienen problemas para 'leer' a ciertos sectores de la población. La reflexión debe ser profunda, para revisar cómo hacen sus muestras y cómo entrevistan a la gente. La credibilidad está en juego.

El debate sobre la regulación también regresa. ¿Son suficientes las reglas actuales del INE? Algunos proponen endurecer los requisitos de transparencia. Otros advierten que demasiada regulación podría ser contraproducente. La lección clave de 2024 es que los ciudadanos necesitamos aprender a leer las encuestas: entender sus límites y no tomarlas como una profecía. La democracia necesita espejos confiables, no bolas de cristal.

Ciudadanos mexicanos ejerciendo su voto en una casilla electoral, reflejando la importancia de la participación ciudadana en la definición del gobierno.

El rol del árbitro: El INE y la regulación de las encuestas

En medio de esta 'guerra de números', el Instituto Nacional Electoral (INE) juega el papel del árbitro. Su tarea es poner orden y asegurar que el juego se desarrolle bajo ciertas reglas. Entender su función es clave para evaluar si la contienda fue justa. Desde mi experiencia en la administración pública, valoro enormemente tener una institución que intente dar certeza en un entorno tan ruidoso.

La ley electoral es clara: quien quiera publicar una encuesta debe registrarla ante el INE y entregar un informe completo. Esto incluye la metodología, el tamaño de la muestra y, muy importante, quién pagó por ella. Esta regla busca evitar la opacidad. Gracias a esto, el INE tiene un registro público donde cualquiera puede consultar los detalles técnicos de los estudios serios. Es una herramienta valiosa para quien no quiere quedarse solo con el titular.

Sin embargo, el gran dolor de cabeza en 2024 fueron las redes sociales. Vimos una plaga de 'encuestas' falsas o sin ningún rigor metodológico que se volvían virales, generando una enorme confusión. Para el INE, perseguir cada una de estas publicaciones es como intentar tapar el sol con un dedo. Por eso insistían tanto en que la gente acudiera a fuentes confiables y dudara de resultados espectaculares sin sustento.

Otra regla de oro es la veda electoral. Tres días antes de la elección, se prohíbe publicar cualquier encuesta. La idea es dar al ciudadano un espacio para reflexionar su voto sin presiones de último minuto. Supervisar esto en la era digital es un reto mayúsculo. Aunque la veda oficial iniciaba el miércoles, la conversación, legal o no, seguía fluyendo en línea.

La noche de la elección, el INE brilla con su Conteo Rápido. Es fundamental no confundirlo con las encuestas de salida de los medios. El Conteo Rápido es un ejercicio estadístico oficial, basado en una muestra de actas de todo el país, y su precisión es altísima. Fue este conteo el que, la noche del 2 de junio, nos dio la primera información certera y confiable sobre la enorme diferencia en el resultado, acabando con toda especulación.

La elección de 2024, sin duda, ha reavivado el debate sobre si se necesitan más o mejores reglas para las encuestas. Es una discusión necesaria. El papel del INE fue crucial para dar un piso de certeza, pero los desafíos, sobre todo en el mundo digital, son gigantes. Fortalecer este marco regulatorio es una tarea pendiente para que en el futuro, los ciudadanos tengamos información de la mejor calidad posible para decidir.

Más allá de los números: El impacto en la política y la sociedad

Las encuestas no son solo números en un papel; tienen un impacto real y profundo en la política y en el ánimo de la gente. Son herramientas que moldean la realidad. En la campaña de 2024, vimos claramente cómo estos estudios influían en el comportamiento de todos los actores, desde los candidatos hasta el votante común.

Para los equipos de campaña, las encuestas son su mapa y su brújula. En privado, las usan para diagnosticar problemas y ajustar su mensaje. En público, se convierten en un arma. La campaña de Sheinbaum las usó para proyectar una imagen de victoria inevitable. La de Gálvez, para denunciar un complot y mantener alta la moral de sus tropas. Esta 'guerra de encuestas' marcó la narrativa de todos los días.

Este ambiente tiene un efecto directo en los simpatizantes. Para los seguidores de la candidata que iba arriba, cada encuesta era una inyección de ánimo. Para los de la oposición, el bombardeo de cifras negativas podía ser muy desmoralizador. Es un factor psicológico clave. Movilizar a una base que se siente perdedora es una tarea titánica para cualquier campaña.

Los medios de comunicación, por su parte, tienen una gran responsabilidad. A veces, la cobertura se centra demasiado en la 'carrera de caballos' (quién sube y quién baja) y no tanto en el debate de fondo sobre las propuestas para el país. Un periodismo responsable debe presentar las encuestas con todo su contexto, explicando que no son predicciones infalibles, sino fotografías de un momento.

Socialmente, la omnipresencia de las encuestas puede alimentar la polarización. En un país ya dividido, la gente tiende a creer en los datos que confirman lo que ya piensa. La discusión deja de ser sobre los hechos y se convierte en una batalla sobre qué hechos son 'reales'. El debate sobre las encuestas se volvió un espejo de la fractura social y política que vivimos.

Finalmente, el resultado del 2 de junio, con una victoria mucho más amplia de lo que la mayoría esperaba, dejó una lección importante. Para los ganadores, fue una validación contundente. Pero para quienes esperaban una contienda cerrada, el resultado fue un shock. Este desajuste entre las expectativas creadas por los sondeos y la realidad puede dañar la confianza en las instituciones. Por eso es vital que la industria de la demoscopia haga un ejercicio de autocrítica profundo. La tarea para todos, incluido el nuevo gobierno y los partidos, es reconstruir un espacio de información más confiable. Entender las políticas públicas que se derivan de este mandato electoral, consultando fuentes como el portal de la Presidencia de la República, es un buen punto de partida para el ciudadano interesado.