1. ¿Qué fue el Insabi y por qué se creó? La crónica de una promesa

La historia del Insabi es un caso de estudio fascinante sobre las buenas intenciones y las duras realidades de la gestión pública en México. Para entender el panorama actual, primero hay que responder a la pregunta que muchos ciudadanos se hicieron: ¿qué era exactamente el Insabi? En pocas palabras, fue un organismo del gobierno federal que arrancó el 1 de enero de 2020. Su misión, impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, era reemplazar al Seguro Popular. Desde el gobierno, el discurso fue claro: se acusaba al sistema anterior de ser ineficiente y corrupto, y se prometía algo mucho mejor. La promesa central del Insabi era potente y directa: atención médica y medicinas gratuitas para todos los mexicanos sin seguridad social, como el IMSS o el ISSSTE. La idea de eliminar trámites y afiliaciones sonaba revolucionaria. En teoría, cualquier persona podría llegar a un hospital público con su INE o CURP y ser atendida sin costo. En el papel, era un sueño hecho realidad para millones de familias.

La creación del Insabi se formalizó en el Congreso, donde se modificó la Ley General de Salud. La idea era centralizar los servicios que antes operaban los estados, buscando un sistema más parejo para todo el país. Se dijo que el financiamiento federal sería suficiente y que se absorbería lo bueno del extinto Seguro Popular. Incluso se prometió ampliar la cobertura a enfermedades muy costosas, como el cáncer, que antes se cubrían con un fondo específico llamado Fondo de Protección contra Gastos Catastróficos. Sin embargo, este fondo se eliminó, y ahí empezaron las primeras grandes alarmas, especialmente para pacientes con tratamientos complejos y caros. Créanme, en el mundo de la política pública, los detalles técnicos importan. Desde el inicio, muchos expertos y organizaciones advertimos sobre los riesgos. Faltaba un plan claro, no había reglas de operación y, lo más preocupante, el presupuesto parecía insuficiente para una promesa tan grande. Pronto, estas advertencias se hicieron realidad. Los ciudadanos llegaban a las clínicas y se encontraban con confusión, cobros inesperados y un desabasto de medicinas que, lejos de mejorar, empeoró. La pandemia de COVID-19, que llegó apenas unos meses después, fue la prueba de fuego que el Insabi simplemente no pudo superar. Expuso todas sus debilidades y la improvisación con la que se había lanzado una reforma tan vital.

2. El gran desafío: la estructura y el financiamiento

La arquitectura del Insabi se diseñó para que el gobierno federal tuviera el control. Se planteó que el Insabi firmaría acuerdos con los estados para transferirles dinero y operar los hospitales. Pero en la práctica, esto chocó con la realidad política. Varios estados, sobre todo los gobernados por la oposición, se negaron a ceder el control de sus sistemas de salud, lo que generó un rompecabezas aún más complicado. Pero el talón de Aquiles siempre fue el dinero. Los números no mentían. Centros de investigación serios, como el CIEP, advirtieron que el presupuesto era demasiado bajo para atender a más de 60 millones de personas. De hecho, el presupuesto por persona sin seguro social disminuyó con el Insabi en comparación con los últimos años del Seguro Popular. Es una contradicción fundamental: no puedes prometer más servicios gratuitos con menos dinero. El tema del Fondo de Salud para el Bienestar (Fonsabi), el heredero del fondo para gastos catastróficos, fue otro punto crítico. Se suponía que ese dinero era sagrado, destinado a las enfermedades más costosas y a mejorar la infraestructura. Sin embargo, análisis posteriores de organizaciones como México Evalúa mostraron que gran parte de esos recursos se usaron para otros fines o simplemente se perdieron en la burocracia, dejando a miles de pacientes con cáncer o VIH en total desamparo. Esta mezcla de falta de recursos y mala administración creó un círculo vicioso que hizo insostenible la operación. Fue el terreno fértil para lo que vendría después: la decisión de empezar de nuevo, esta vez bajo el mando del IMSS-Bienestar.

Entrada de un hospital del IMSS-Bienestar, el nuevo sistema de salud centralizado del gobierno mexicano.

3. La caída del Insabi: Crónica de un fracaso anunciado

Miren, la caída del Insabi no ocurrió de la noche a la mañana. Fue, como decimos en la administración pública, la crónica de un fracaso anunciado. Hacia el final, hasta el propio gobierno empezó a reconocer lo que millones de ciudadanos ya vivían en carne propia: el proyecto no había funcionado. La narrativa oficial cambió gradualmente, admitiendo las fallas y preparando el camino para otra vuelta de tuerca en el sistema de salud. Los problemas que lo debilitaron desde el día uno se volvieron crónicos. El desabasto de medicinas se convirtió en el pan de cada día en todo el país. La promesa de gratuidad se topó con la pared de la realidad en hospitales que seguían cobrando cuotas para poder operar. Las famosas 'reglas de operación', que son el manual de instrucciones de cualquier programa de gobierno, nunca llegaron a ser claras, creando un verdadero caos administrativo. La coordinación con los estados fue un desastre, especialmente con aquellos que nunca se subieron por completo al barco federal.

Para colmo, la estrategia de compras de medicamentos fue un error garrafal. Se decidió quitarle esa enorme responsabilidad al IMSS, que tenía décadas de experiencia, para dársela a la Secretaría de Hacienda. El resultado fue un cuello de botella que paralizó la cadena de suministro. Luego se intentó solucionar contratando a una oficina de la ONU (UNOPS), pero el remedio salió peor que la enfermedad y el desabasto continuó. Ante este panorama, el gobierno buscó una salida de emergencia. La solución fue drástica: borrar al Insabi del mapa y entregarle toda la operación a una institución con una larga y probada trayectoria en el campo: el IMSS-Bienestar. Este programa, que nació como IMSS-Coplamar hace más de 40 años, conoce como nadie la atención en las comunidades más olvidadas de México. La apuesta fue centralizar todo bajo esta estructura. En abril de 2023, el Congreso votó para extinguir al Insabi. Fue un debate durísimo. La oposición lo llamó la aceptación de un fracaso y advirtió sobre los riesgos de un nuevo experimento sin un diagnóstico claro ni presupuesto suficiente. A pesar de todo, la reforma se aprobó, poniendo fin a la corta y turbulenta vida del Insabi.

Análisis del Fracaso: Más Allá de la Pandemia

Aunque es tentador culpar de todo a la pandemia, sería un análisis muy superficial. El fracaso del Insabi tuvo raíces más profundas; sus problemas eran de diseño. Nació más de la voluntad política que de un plan técnico sólido. Uno de los errores de origen fue desmantelar el Seguro Popular sin tener listo un sustituto que funcionara y, sobre todo, que estuviera financiado. El Seguro Popular, con todos sus defectos, había logrado algo importante: reducir lo que las familias gastaban de su bolsillo en salud. El Insabi, al quitar los mecanismos de afiliación y financiamiento, aunque fueran imperfectos, dejó un vacío enorme. La promesa de 'todo gratis para todos' nunca se respaldó con el dinero necesario. Como ya vimos, el gasto por persona bajó, lo cual es ilógico si quieres dar más y mejores servicios. La centralización de la compra de medicinas es el ejemplo perfecto de cómo una decisión ideológica, basada en la desconfianza hacia lo que existía antes, puede tener consecuencias terribles si no se planea bien la transición. La falta de acuerdos con los gobernadores fue otro clavo en el ataúd. Un sistema de salud nacional no se puede imponer por decreto; se construye con diálogo y colaboración. La confrontación solo generó más división. Ahora, el IMSS-Bienestar hereda esta historia y estos mismos desafíos. La lección del Insabi es clara: en salud, la improvisación y la retórica no curan a nadie.

4. El nuevo capítulo: El reto del IMSS-Bienestar y el futuro de tu salud

Con el Insabi fuera de la jugada, entramos en una nueva era para la salud de quienes no tienen seguro, liderada por el IMSS-Bienestar. Es importante aclarar que, aunque lleva el nombre 'IMSS', es una entidad separada, con sus propias reglas, diseñada para atender a la población abierta. Su gran fortaleza es su historia; nació en 1979 para llevar médicos y enfermeras a las zonas más pobres y alejadas. Conozco bien su modelo porque lo he visto operar en campo: se basa en la atención primaria y trabaja de la mano con las comunidades. La decisión del gobierno de darle ahora las llaves de todo el sistema de salud nacional es una apuesta por esa experiencia, pero también un desafío gigantesco. Este proceso implica que el IMSS-Bienestar debe hacerse cargo de cientos de hospitales y miles de clínicas que antes manejaban los estados. Es como heredar una cadena de restaurantes de la noche a la mañana: hay que gestionar al personal, asegurar los insumos y garantizar la calidad del servicio para más de 50 millones de personas. El modelo busca centralizar todo. Los estados que aceptan le pasan sus hospitales, personal y presupuesto al IMSS-Bienestar, que se convierte en el único operador. La idea es que la atención sea igual de buena en Chiapas, en Baja California o en Veracruz. Se busca terminar con la fragmentación que ni el Seguro Popular ni el Insabi pudieron resolver.

Sin embargo, los retos que tiene enfrente el IMSS-Bienestar son los mismos fantasmas que persiguieron al Insabi. El principal, una vez más, es el dinero. Aunque su presupuesto ha crecido, los expertos calculan que todavía falta mucho para poder cumplir la promesa. Sin un financiamiento fuerte y seguro, corremos el riesgo de que el IMSS-Bienestar herede no solo los edificios, sino también las carencias. Otro problema enorme son las deudas que dejó el Insabi con farmacéuticas y distribuidores, lo que podría complicar aún más el abasto de medicamentos. Además, muchos de los hospitales transferidos están en mal estado y necesitan una inversión millonaria. El reto del personal también es clave. Se ha prometido dar base a miles de trabajadores, lo cual es justo y necesario, pero requiere un presupuesto enorme y una logística impecable. El éxito de esta nueva etapa depende de que se le inyecten los recursos necesarios de forma constante y de que se administre con total transparencia. Para los ciudadanos interesados en los detalles legales, el decreto que extingue al Insabi, publicado en el Diario Oficial de la Federación, es un documento público que explica las nuevas atribuciones del gobierno en esta materia.

Perspectivas: ¿Funcionará esta vez?

La gran pregunta que todos nos hacemos es si el modelo IMSS-Bienestar por fin logrará darnos ese sistema de salud universal que tanto anhelamos. Hay dos visiones. Por un lado, el gobierno y sus defensores sostienen que centralizar es la única forma de acabar con las desigualdades y la corrupción estatal. Argumentan que el IMSS-Bienestar, con su modelo enfocado en la prevención y la atención comunitaria, es la herramienta correcta. Suena bien, porque un buen sistema de salud debe, en efecto, prevenir antes que curar. Por otro lado, los críticos advierten de los riesgos. Crear un monopolio burocrático tan grande podría hacerlo lento y poco sensible a las necesidades locales. Y, repito, el mayor temor es el financiero. Sin una reforma fiscal que asegure más dinero para la salud, el IMSS-Bienestar estará condenado a administrar la pobreza, repitiendo la historia del Insabi. Integrar al personal y los sistemas de 23 estados en una sola estructura es una labor titánica que estará llena de obstáculos. El futuro de la salud en México está en juego. Esta transición es la última gran apuesta de la actual administración. Si funciona, podría ser el cimiento de un sistema más justo. Si fracasa, podría dejar a los más vulnerables en una situación aún peor. Como ciudadano, es tu derecho estar informado y exigir que esta vez las cosas se hagan bien.